Rosana Cuellar
Esta semana decidí salir a pasear con mi prima que es muy muy fresa y muy mamona. Desde que tengo como 16 años abandoné esa escena y regresar a ella fue observarla con unos ojos muy distintos. Fuimos a un antro de esos que abren sobre av. Universidad desde que yo tenía como 11 y seguramente desde antes, se llamaba el Clásico. Al arreglarme noté que todas se embadurnan con una cantidad impresionante brillos: crema de brillos, ropa con lentejuelas, sombras brillosas, lipstick brilloso, pintura de uñas brillosa. Me pareció que de ahí sacan su look las muñecas Bratz (a mi gusto bastante corriente y exagerado). El llegar a la cadena fue bastante malo, porque me chocó tener a un hombre de traje viéndome como si me estuviera haciendo el favor, aún si no nos hizo esperar, me parece denigrante la forma que se tiene para entrar. Me sentí como una niña chiquita que le está rogando a sus papás que le permitan sentarse en la mesa de los grandes, cuando todos ya saben que no tiene realmente ganas. Las niñas fresas hablan más o menos de lo mismo que todas las mujeres hablan: hombres. Pero con mucho más recato en cuanto al papel que el sexo puede jugar en sus vidas. Están demasiado conscientes de cómo pueden las cosas verse como para relajarse y ser. A los hombres los tratan como menos. Una de las amigas de mi prima sólo les hablaba si antes le compraban un trago, pero mi prima, que tiene más clase, sólo les habla a aquellos que tengan un yate o para arriba. Pero también los hombres son distintos: todos parecen usar demasiados productos para el pelo y un maquillaje bronceador, y la manera en la que buscan relacionarse contigo en la mayoría de las ocasiones inicia con un mal chiste o una invitación a bailar, sin embargo, lo ofrecen casi como sin quererlo (según yo para no quedar humillados ante una negativa). El bar tender quiere siempre el dinero up front y te trata como niño chiquito. Cuando todos toman, gritan “woooooo!” y cantan al ritmo de Luis Miguel o la canción grupera que evoca los buenos tiempos (de cuando teníamos 7 años menos o más) mientras gesticulan las palabras de la canción. Yo terminé tomando demasiado y según me explica mi prima, haciendo el ridículo, aunque en mi ambiente es más normal simplemente hacer lo que quieras, sea eso lo que sea, así que volver a una restricción de movimientos y palabras me pareció extrañísimo, pero cuando mi prima disculpó mi actitud diciendo “bueno es que la Rosi es impredecible, ya saben como todos los artistas”, entendí perfecto cómo me veían ellos a mí, y cómo es mi estereotipo. Creo que no estamos listos ni yo ni ellos para una fusión coca cola, y gracias a Dios, porque respeto su manera de ver la vida pero jamás podría adoptarla.
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